LLEGAR HASTA DONDE NUNCA PUDISTE IMAGINAR

Han sido 26 días de ir dejándose guiar por la sorpresa que la aventura viajera nos deparaba.
No puedo ocultar la dificultad de ciertos momentos y la desesperación por los cambios de ritmo que la vida te da de repente. Ha sido un trabajo de remodelación, de aceptación y de replanteamiento para asumir las limitaciones y conseguir disfrutar de nuevas formas y momentos. Nada es definitivo, todo va cambiando sobre la marcha.
Tiempo para contemplar impresionantes lugares naturales. Para compartir experiencias con otros viajeros y con algunos autóctonos que nos han brindado algunos buenos momentos.
Tiempo para vivir algunas anécdotas que sólo son posibles cuando hay un poco de riesgo a lo que venga.
Tiempo también para agradecer el cambio de rutinas, de actividades y de pensamientos. Así son las verdaderas vacaciones cuando uno consigue cambiar registros.
Y tiempo para compartir con vosotros las vivencias y emociones de cada momento.

Si algo he aprendido de esta nueva experiencia sobre una sola pierna es que uno no debe cesar en los intentos. Que siempre es pronto para decir «no puedo» porque con un carrito, con unas muletas y con un buen asistente se puede llegar a sitios inimaginables.
Esa es una capacidad que todos tenemos aunque igual no lo sepamos.
Os dejo las fotos de algunos de esos lugares…
La historia comienza con esta foto en lo más alto del glaciar Franz Josef

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En el lago Pukaiki

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En el lago Wanaka

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En el puerto de montaña de Cardrona

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En un crucero por el fiordo de Dobtfuld Sound

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En la carretera hacia Milford Sound, con nuestro amigo Yannik

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En el punto más austral de Oceanía donde más cerca he estado de la Antártida

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En el parque natural de los Catlings

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En una de las desérticas playas de los Catlings

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En Dunedin Baldwin street, la calle residencial más empinada del mundo

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En la costa este, cerca de Moeraki

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Y todo eso gracias a la imprescindible ayuda de Asier que, con paciencia y buena cara, ha tenido que conducir más de lo previsto y hacer unas asistencias extras para que todo fuera posible. Gracias ASIER por esa capacidad que también todos tenemos pero, que tu ahora sí que sabes que la tienes.

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AUCKLAND, LA GRAN CIUDAD

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El último día en Christchurch tuvimos una agenda muy apretada.
Revisión en el hospital de mi tendón. Una doctora que por su dulzura no parecía alemana me exploró y comprobó que todo va razonablemente bien. Indicó cambiar la escayola por una férula articulada de tobillo para prevenir las complicaciones del vuelo y nos entregó el informe completo. Un placer cuando te ponen las cosas fáciles y te trasmiten seguridad sobre todo, cuando lo hacen con una sonrisa.

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Estos días he comprobado cuánto de importante es mantener la autonomía personal y esa, sin duda, me la ha facilitado ese extraño carrito que me ha acompañado a todos los lugares durante más de medio viaje. Así que, otra de nuestras tareas fue comprarlo para llevarlo a recorrer más mundo (Un día de estos os hablaré de la autonomía en mi blog de medicina)

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Otra tarea fue despedirnos de nuestra furgoneta que durante este viaje nos ha permitido recorrer 4.444km juntos y sin quejarse ni una sola vez. Desde ella hemos contemplado este país y en ella hemos vivido conversaciones, músicas y sueños.

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Todo para emprender la vuelta a Auckland , la gran ciudad de la isla norte y la gran puerta de entrada y salida al país.
Es cierto que sólo hemos conocido el centro más céntrico de la ciudad (todo lo que mi carrito nos ha permitido movernos) y también es verdad que en esta última parada uno mira más hacia el futuro que al presente después de haber estado un mes contemplando maravillas naturales. Pero, Auckland no nos ha cautivado.
Grandes edificios en torno al gran pirulí que centra los esfuerzos por llegar más alto.

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Y en sus calles gente que camina desesperadamente a sus trabajos e indigentes que se concentran sobre todo al atardecer para planificar sus improvisados dormitorios. Nada sorprendente de una gran ciudad.

Un museo interesante, algún parque y un recorrido en ferry hasta Devonport han hecho más amable esta estancia.

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Y al despedirse del país, siempre la misma sensación que en otras ocasiones. Primero, agradecimiento por la posibilidad de haber vivido esta experiencia y por todo lo disfrutado. Con sus acentos y matices, con recuerdos dispares y muchas anécdotas en la mochila. Pero, segundo también la sensación de saberse de otro lugar y de otra gente. Saberse de un sitio donde a uno se le espera; eso siempre es tan gratificante como lo primero.

Nos vemos pronto… aunque esto tendrá una posdata

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CHRISTCHURCH, CIUDAD EN TRANSICIÓN

Christchurch es la ciudad más grande de la isla sur. Nuestra segunda entrada a la ciudad tuvo notables diferencias: lucía el sol en un día veraniego y el ambiente era de llegar a un lugar para visitar y disfrutar. Esta vez no había que seguir las indicaciones de hospital ni sufrir con la incertidumbre.
A pesar de todo, no nos resultó fácil la entrada. Sin apenas gasolina, sin Google Maps por no disponer de internet y sin claras referencias de un centro de la ciudad como estamos acostumbrados, tuvimos que preguntar a varios lugareños para recibir indicaciones en un inglés impronunciable, como siempre.

Al día siguiente contamos con la excelente ayuda de Yuri para conocer la ciudad. Recordáis aquella chica española que conocimos en la puerta del hospital?. Pues seguimos en contacto con ella a través de guasap y se ofreció para enseñarnos la ciudad. Enorme suerte.

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Christchurch es una ciudad que se sale fuera de toda norma. No por su gusto sino por los caprichos de la naturaleza. Pocos recordarán que en el año 2010 y sobre todo, en febrero de 2011 sufrió un terremoto de considerables dimensiones y se llevó por delante a más de 180 personas. El centro de la ciudad estuvo cerrado durante un año y hasta hace muy poco era posible ver los restos de vida paralizada en los objetos personales abandonados tras los cristales de comercios y oficinas.

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Christchurch no puede olvidar lo ocurrido porque después de cuatro años faltan recursos materiales y humanos (este es un país de poca gente) para poder recomponer lo destruido.
Yuri nos hablaba de desesperación, de tristeza, de depresión,… pero, también de solidaridad, de entusiasmo y de participación ciudadana.

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Muchos viven esta circunstancia como oportunidad. Yuri, formada en diseño y dedicada al arte y el comercio, parece encontrarse en el lugar ideal.
Este es el momento de pensar qué tipo de ciudad crear y cómo hacerlo.
Infinidad de proyectos inundan la ciudad. Un curioso mercado construido con contenedores de barco donde Yuri tiene una tienda muy chula (HAPA, por si alguno viene por aquí).

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Con mesas con placas solares para poder cargar los elementos electrónicos.

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Se han tenido que inventar lugares de ocio porque todos estaban destruidos. Espacios promocionados donde los jóvenes pueden llevar la música en sus móviles, conectarla a un sistema de audio y luces y crear su espacio de diversión particular. Alucinante!

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Lugares y formas que además de funcionales, den un aire animado a la ciudad.

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Una catedral anglicana de papel que sustituye a la perdida con estructuras de cartón prensado creando un lugar muy original.

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Sin duda aún queda mucho por hacer.

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Pero, este es un lugar con vida y con espacio para el recuerdo donde tantas sillas como víctimas producen un monumento. Donde te invitan a sentarte, a recordarles y a permanecer sentado el tiempo que quieras.

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Fuera del centro de la ciudad también lugares interesantes para visitar como el museo de la Antártida. Un lugar para experimentar cómo se circula por el hielo en estas especies de orugas en que nos montamos. Qué se siente en una sala que te ponen con sensación térmica de -18 grados. O una peli 4D sobre la exploración antártica.

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Aquí si conseguimos ver pingüinos aunque fuera en cautividad.

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Christchurch nos ha resultado una ciudad interesante con la suerte de contar con los relatos de Yuri. Así hemos podido palpar cómo se vive y cómo se superan las tragedias humanas. Cómo se planea un futuro compartido. Cómo se vislumbran oportunidades entre los escombros.
Gracias Yuri por tu inesperado encuentro y por tu acogida.

Y una lección aprendida en estos lápices que se ofrecen en un moderno café: Gravity always wins, es decir, la gravedad siempre gana.

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RUMBO NORTE. DE LOS CATLINGS HASTA OAMARU

De vuelta a tierra decidimos compartir un día más de viaje con nuestro recién amigo alemán así que aparcamos su coche, cargamos algunas de sus pocas cosas y lo alojamos en la furgoneta. Una vez más nuestra parte de atrás se llena de vida.
Emprendimos camino al fiordo de Milford por una de esas carreteras que llamamos escénicas (de la mala traducción del inglés scenic). Realmente unos parajes muy chulos en un día soleado tanto en su recorrido como el destino final.

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Y esa noche decidimos adaptarnos al ritmo de presupuesto apretado de un joven alemán durmiendo en lo que calificaríamos como un merendero. Una mesa y un lugar para hacer fuego eran todos nuestros recursos.
Frío y una hoguera humeante de leña húmeda fue todo lo que pudimos conseguir así que terminados con una partida de cartas en la furgo.

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Como experiencia no estuvo mal pero, el olor a humo acumulado y las condiciones higiénicas no nos animaron a repetir.
Despedimos a Yannik en un terrible día de lluvia y emprendimos camino.
Aquí el sur es duro. Frío. Ventoso. Invercargill es una ciudad semidesierta con ningún interés turístico. Sin embargo, la costa con el parque natural de los Catlings tiene rincones muy especiales.

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Llegamos al lugar más cercano al polo sur que hayamos estado nunca y nos alojamos en un pequeño camping en New Haven regentado por dos mujeres con un cuidado exquisito. Allí coincidimos con Juliet y Auke, una pareja holandesa a la que conocimos en el fiordo. Tuvimos una velada de charla muy agradable compartiendo inquietudes y sueños en la vida, dudas, referencias y búsquedas de sentido. Fue un placer que estos jóvenes compartieran con nosotros su proyecto de vida y de pareja. El ser humano sea de dónde sea y hable lo que hable se plantea cosas similares.
Y así amanecimos, con buenas vistas y desayuno al sol.

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Camino al norte, Dunedin es una gran ciudad y la península de Otago en sus alrededores un paraíso costero.

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Y a pesar de haberle puesto mucho interés en este recorrido costero no hemos conseguido ver pingüinos. Bien por llegar muy tarde o por hacerlo demasiado pronto en la tarde. No se sí Asier podrá tolerar esta frustración.

En Moeraki lo más característico ( y lo único) son unas curiosas bolas de piedra en la playa que parecen fruto de un buen escultor pero, no lo son. Escaleras, una empinada cuesta y la arena de la playa no impidieron que mi carrito pudiera acercarse hasta ellas. No sin arduo trabajo de mi pierna izquierda y de la ayuda de Asier.

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La última parada del camino hacia el norte en Oamaru fue una grata sorpresa. Un lugar en el que han conservado una calle como sí fueran los primeros días de la llegada de los ingleses. Tiendas de originales recuerdos, librerías, antigüedades y textiles salpican la calle y la llenan de interés. Hasta algunas personas lucen atuendos de la época como si de una película se tratara. Parece que se ha parado el reloj del tiempo.
Allí pudimos reponer fuerzas con un excelente pastel de carne y un helado artesano que en aquel ambiente nos resultó muy reparador para emprender camino hacia Christchuch.

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Sin duda una de las oportunidades que nos ha brindado esta pierna accidentada y este peculiar carrito ha sido la relación con la gente. Hemos contado la historia en multitud de ocasiones y eso nos ha permitido establecer otras conversaciones y compartir algunas experiencias.
Así qué cuando veáis escayolas o discapacidades en lugares oportunos no dejéis de preguntar.

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SURCANDO EL FIORDO DE DOUBTFUL SOUND

El siguiente destino era calificado como uno de los «destino estrella» en nuestra ruta de viaje. Además conservábamos la esperanza de poder realizarlo aún con un tendón de Aquiles menos así que, las expectativas eran muchas. Poder navegar en las aguas de un fiordo neozelandés y pasar noche en el barco se acercaba a nuestros planes.

Sólo tuvimos que preguntar en un único lugar. La amable recepcionista de nuestro camping en Queenstown nos lo puso todo tan fácil y nos aconsejó con tanto convencimiento que no hubo que dar más vueltas. Lo concertado fue una visita al fiordo de Doubtful Sound tres veces más largo y diez veces más grande que el de Milford Sound que suele ser más turístico y de mucho más difícil acceso. Todo ventajas excepto el precio. Este obstáculo no amedrentó a nuestra profesional que rápidamente nos encontró una oferta para el día siguiente que equiparaba el precio con el de el otro crucero. Contentos y dispuestos cerramos el trato para iniciar nuestra aventura marina.

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Una vez más la evidencia de que cualquier trabajo si se realiza con entrega y con pasión puede ayudar mucho a los demás.

Madrugamos para acercarnos a Manapouri un pequeño pueblo de la costa desde donde partimos. La mañana estaba fría y tristona. Pocos turistas y poco animados. Preparamos las mochilas para el día, despedimos a nuestra furgoneta-casa-caravana, nos aprovisionamos con muletas y carrito y pusimos destino al muelle.
Parecía que todo se ponía en contra de Asier. Había leído hacía días que en algunos lugares de la isla abundaban pequeñas moscas que se enseñaban con los turistas… y este fue el momento en que nos encontraron. Con sus antecedentes de picotazos en cualquier sitio que hay insectos, se dedicó a la caza y a la huída. Tengo que decir que yo no fui atravesado ni una sola vez mientras el sufría varios picotazos en las manos. ¡Pobre!. La segunda fue cuando su móvil voló pareciendo tomar vida y fue salvado al vuelo entre su mano y una piedra. Salvado sólo parcialmente:

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El viaje se realiza en tres tramos: un pequeño recorrido en un especie de lancha, cuarenta y cinco minutos de autobús y el resto del tiempo en barco en toda regla.
Durante la primera parte del viaje comenzaron las relaciones. Patricia y Jose una pareja de canarios (de Lanzarote) que, con discreción y con amabilidad se acercaron a interesarse por mi pierna escayolada. Y Yannik un jovencito alemán que viajaba sólo y que era evidente que buscaba cómo relacionarse; no lo pudo hacer de mejor manera que brindandose a colaborar en mi ayuda para todo. Así, poco a poco, fue estableciéndose el grupo.

El autobús discurría por un lugar de naturaleza exuberante. Densos bosques y atronadoras cascadas en un ambiente de fina lluvia.

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Una vez en el barco ocupamos un espacio los cinco, escuchamos las instrucciones y nos asignaron alojamiento. Lo contratado era un estrecho camarote con dos literas pero dada mi condición de discapacitado nos ofrecieron un camarote privado con una cama supergrande (lo que sobre el papel hemos visto que duplicaba el precio de la excursión)… ¡Otra de las ventajas adicionales del accidente!

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La tarde discurrió entre la cubierta y comedor. Espectaculares vistas de un lugar que no podría comparar con nada conocido. Era como si no supieran dónde termina el monte y dónde empieza el mar, como si se acariciarán uno a otro.

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La lluvia fue remitiendo y el sol apareció tímidamente para regalarnos un estupendo arco iris

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Y así se fueron estableciendo relaciones…

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Todavía hubo tiempo para que mis intrépidos compañeros fueran a surcar uno de los fiordos en kayak y fruto de la exaltación de la amistad y el momento se decidieran a lanzarse a una gélida agua a 10 grados de temperatura. Yo aproveché para disfrutar de la lectura y para fotografiar a los atrevidos bañistas.

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Nos sirvieron una cena estupenda. Bien cocinada y bien servida por una tripulación magnífica. Guardó un recuerdo excelente de la velada en alegre conversación con Patricia, José, Yannik y Asier. Bromas, risas, juego de cartas y cervezas. Un lujo.

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Por la mañana de nuevo a la mesa y después a cubierta en un día que poco a poco iba clareando con cielo azul.

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Todavía con dos regalos más.
El primero, un momento mágico guiado por la bióloga que nos iba dando cuenta de todo lo que nos rodeaba. Simplemente pidió silencio, pararon los motores del barco y pudimos degustar del lugar en su máxima expresión. Todavía me emociona recordarlo. Fue largo y término con una frase que quedo grabada en mi memoria «esto es alimento para el alma». Sin duda.
El segundo, una colección de delfines que quiso jugar con la proa de nuestro barco poniéndose al frente y haciendo piruetas sin parar. Un gusto poder contemplarlos de tan cerca con esa alegría que parece contagiarse.

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Un final que no pudo tener más lujo..
La compañía con lo que lo hicimos fue Real Journeys. Excelentes, profesionales, atentos… totalmente recomendables.

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Nos costo despedirnos después de los buenos momentos pasados. Aún hicimos un trocito del trayecto por tierra juntos.
Gracias a nuestros amigos canarios, Patricia y Jose, y al alemán, Yannik, por hacernos la visita tan especial a un lugar tan espectacular. No es fácil encontrar tanta conexión en los viajes.

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LAGOS Y CIUDADES: DE TEKAPO A QUEENSTOWN.

Lo primero que voy descubriendo es que aunque uno tenga sólo una pierna en el suelo de Nueva Zelanda se puede llegar a muchos lugares espectaculares. A algunos otros no por supuesto pero, hay que adaptarse a la circunstancia y disfrutar con lo posible.
Estos días la cosa ha ido de lagos. Lagos glaciares en el centro de la isla que con el deshielo forman parajes espectaculares: el lago Tekapo, el lago Pukaki y el lago Wanaka. Complicados nombres cada uno con su particularidad.

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En Tekapo nos alojamos en un camping a la orilla del lago y con un pequeño camino encementado junto a él que parecía exclusivamente hecho para mi. Cierto es que ese primer día cualquier cuesta, irregularidad, piedra o bordillo se me hacia un mundo.
Un lugar de aguas tranquilas para ir tranquilizando el espíritu.

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El lago Pukaki tiene la peculiaridad de generar la sorpresa a vista de curva. ¡Un azul turquesa increíble!. Fruto de partículas en el agua que con el reflejo del sol producen semejante colorido. Es una lago grande y alargado por el que corre la carretera para llegar al punto más accesible al Monte Cook (3.755m). El más alto del país y de todo Asia Austral.
Desde allí, Asier hizo un trecking de unas 3 horas para poder avistarlo y llegar a un lago glaciar con icebergs surcando sus aguas. Mientras tanto yo me quede en una zona común de un camping en un ratito de lectura y de tiempo para la reflexión personal. Hacia un poco de frío. No mucha gente se acercaba por allí pero, ya tuve oportunidad para entablar conversación con un par de australianos que enseguida me preguntaron por mi salud.
La verdad es que os puedo decir que lo primero que genera esta situación es conversación. Muchos miran con curiosidad y algunos se atreven a investigar y generar un rato de charla en inglés, por señas o como sea pero, se agradece que todo terminé con un agradable «good luck». Primera oportunidad que me genera mi maltrecha pierna.

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La llegada a Wanaka me resultó muy agradable: sol, buena temperatura, barquitos en el agua, un lugar animado con familias sentadas al borde del lago… Parece que todo ello le dio otro tono al viaje.

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Al día siguiente Asier se fue de ruta al Rob Roy Glaciar Track hasta el borde de uno de los glaciares donde pudo disfrutar de buenas vistas.
Yo me quede en el camping con todo preparado para pasar unas horas dedicado a mi mismo: al aseo, a la lectura y a la cocina. Aún tuve tiempo de establecer un par de conversaciones con mis amigos de España. Esas conversaciones a través de internet tan dificultosas antes y tan sencillas ahora. Me resultó muy gratificante poder recibir su cariño en directo (they are the best!).
También entablé conversación con el muchacho de la limpieza, un inglés que trabaja para irse pagando la vacaciones.
Esta mañana aprendí varias cosas. La primera, que si al ir a la ducha te olvidas del calzoncillo compruebas que nada es imprescindible. Y la segunda, que si te olvidas los calcetines como sólo usas uno dentro de la bota puedes intercambiarlos porque el de la escayola siempre se ensucia menos. Os aseguro que fue una ducha muy reparadora en todos los sentidos.
Preparé la comidita y me di unas vueltas por el camping para disfrutar de las vistas.
¡Una buena mañana!

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Todavía por la tarde, en compañía de Asier ya pudimos hacer un poco de shopping y tomar una cerveza en el pueblo. Aunque todavía se me carga la pierna, el carrito ya va siendo uno más en el grupo y nos vamos conociendo mejor.

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De Wanaka a Queenstown el paisaje tiene unos cambios curiosos: de montes bien poblados a secas colinas. Cada cosa con su propio encanto.

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Y en el medio del camino un pequeño pueblo, Arrowtown, que el viajero no puede perderse. Además de conservar los restos de los primeros asentamientos chinos en el país, unas calles con cuidados edificios que más me recordaban al lejano oeste de las pelis de vaqueros que a un paisaje neozelandés.

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En Queenstown pasamos la noche, rellenamos la despensa y organizamos los planes del día siguiente. Esta es una ciudad con más categoría pero con poco interés más allá de los deportes de aventura y yo no estoy para mucha más aventura deportiva.
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Callejeamos y visitamos alguna tienda. Todo tan bonito como caro. Y aquí podéis comprobar cómo siempre hay un lugar donde apoyar la pierna en cualquier sitio.
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Por ultimo un azaroso encuentro en un café que se inició con la conocida pregunta de «¿españoles?» nos permitió una larga conversación con una pareja de médicos valencianos. Compartimos aventuras viajeras, informaciones sobre el único tema que parece preocupar en España (¡dichoso ébola!) y arreglamos la sanidad pública. Muy agradable el tiempo compartido con aquellos con los que compartimos referentes culturales y, en este caso además, intereses profesionales.

Así va pasando la vida, entre lagos, montañas nevadas, campings y campistas. Siempre hay oportunidades para contemplar, compartir y disfrutar de lo que se nos pone por delante. Con calma y con intensidad.

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FRANZ JOSEF: GLACIAR CON BUEN TIEMPO

La llegada a Franz Josef nos hizo dejar atrás el viento y la lluvia de la costa oeste. Había sido un día bonito pero, bastante desagradable salir del coche. Realmente la costa del Mar de Tasmania hace honor a su nombre si recordamos al diablo.
Aunque el tiempo había mejorado las niebla baja no nos dejo ver las cumbres nevadas. Hicimos un recorrido de dos horas de camino hasta el inicio del glaciar. Un gusto poder estirar las piernas, pasear entre cataratas y poder llegar intuir acumulación de hielo que al día siguiente podríamos pisar.

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La previsión meteorológica para el día siguiente era buena y no se equivocaron. Mirad con que vistas nos levantamos:

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Antes de la visita concertada al glaciar nos dio tiempo a visitar los alredores. Lagos, marismas y verdes praderas desde las que resultaba más apetecible lo que nos esperaba.

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La excursión al glaciar comenzó con todo el protocolo de equipamiento. Pantalón y chaqueta impermeable, calcetines, botas, crampones, gorro y guantes. Muchas indicaciones de cómo comportarse en cada situación, de cómo colocarse los crampones, de qué hacer y qué no hacer… Parecíamos un equipo en expedición a una epidemia de ébola (¡je, je!).

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¿Y el ascenso? Claro, ¡no lo había dicho! En helicóptero. Alucinante. Un medio de locomoción más que se suma a mi currículum viajero. Es lo más parecido a volar en un pájaro y no da nada de impresión.

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Pusimos los pies sobre el hielo glaciar (los dos ¡qué gusto da pensarlo!) y a partir de ahí fueron dos horas de disfrutar caminando entre paredes y montículos de color blanco azulado. Lugares por los que dudaba que pudiera caminar un humano sobre todo, un humano de mis dimensiones pero, todo se fue deslizando. Además acompañados por una guía que bien merecía un seguimiento cercano.
Imposible de describir y difícil seleccionar las mejores imágenes del día. Ahí van algunas…

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CUANDO AÚN TENÍA DOS PIES EN EL SUELO. ENTRADA A LA ISLA SUR Y COSTA OESTE

Lo prometido es deuda y, aunque ya hace de esto unos días, os relataré los primeros pasos en la Isla Sur.

El camping de Wellington estaba colonizado por grupos de muchachos, y lo digo en masculino porque eran prácticamente todos chicos, uniformados con ropa deportiva que nos enteramos que venían a jugar un campeonato con equipos locales. Todo un despliegue de entrenadores y algunos padres que se ocupaban de la cocina; imaginad como comen 30 o 40 desfogados adolescentes. Hacía de aquello un aconteciendo central en el camping y le ponía un cierto sabor a campamento.

Nos levantamos temprano. La mañana estaba fresca. Las 7,30 era nuestra hora de embarque previsto en el ferry. Curiosa experiencia montar tu coche en las tripas de un barco y, cuando te bajas ya estás en un ambiente de «vacaciones en el mar» eso sí, bastante venido a menos.
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Encontramos unas butacas en un lugar acristalado donde los rayos de sol y las vistas me generaron grandes satisfacciones. Libro en mano pasé un rato de lectura muy agradable.
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Tres horas y cuarto de ferry serpenteando entre los entrantes de tierra de una isla y otra en el Estrecho de Cook hicieron las delicias del Asier fotógrafo que se pasó en la terraza superior un buen rato. Agradable viaje y estricto orden de salida de coches para arribar en Picton.
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Y de nuevo volvemos a nuestro ritmo serpenteante por carreteras, ahora en la isla sur. Curvas y más curvas nos mostraron la costa en su mayor esplendor y cuando medio mareados pensábamos que quizás esa carretera no había merecido la pena llegamos al paraíso de los mejillones, de los mejillones verdes en concreto. Yo, que soy un gran catador, disfruté como un enano con ejemplares cocidos, al horno, marinados, ahumados y rebozados. Un auténtico placer culinario en el pueblito de Haveloc que queda marcado en mi memoria como un lugar para recordar.

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Y vuelta a la conducción

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larga y pesada para atravesar la isla y llegar a Westport que, como su propio nombre indica, inauguro nuestro contacto con la costa oeste.
Un camping donde el enorme viento parece que se lo ha llevado todo. Hasta la vida y las personas si no hubiera sido por dos nuevos grupos de chicas (esta vez sí eran chicas) que viajaban a competir no en rugby como los anteriores sino en hockey.
Tanto escolar itinerante nos obligo a hacer la pregunta y ahí nos enteramos que durante dos semanas no hay colegio y por eso se celebran estas competiciones. ¡Así que no habíamos visto en nuestro recorrido los típicos estudiantes yendo a clase!. Parecen ser lo equivalente a nuestras vacaciones de Semana Santa.

Al día siguiente recorrimos una carretera de costa ventosa y lluviosa que apenas nos permitía bajarnos del coche. Lo cierto es que en todas las guías recomiendan visitar la zona con marea alta y con aguas embravecidas así que, no podía haber mejor escenario.

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Los Pancake en Punakaiki son fruto de la erosión en la roca que ha tallado caprichosas estructuras y salidas de agua entre las rocas cuando la marea esta brava. Bonito y ventilado lugar.
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Una paradita para comer en una extraña lonja-café de cuidada decoración vintaje en la localidad de Greymouth.
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Y a seguir el camino siguiendo las inclemencias de una costa en la que no nos abandonó el viento y la lluvia.
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Una costa desde la que se llega a todos los lugares como bien indicaba la señalización.
Todos los caminos conducen a… muchos sitios.

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EL VIAJE CAMBIA DE RITMO

Permitidme que en esta próxima entrada me salte una parte del viaje que todavía no he contado (otro día hablaré de la llegada a la isla sur y el recorrido por la costa oeste hasta Franz Josef) y vaya directamente a las últimas e importantes novedades del viaje.

Estábamos recorriendo felizmente el glaciar y justo en la parte más alta cuando nuestra guía nos propuso hacer una foto de grupo, cuando se inició la cuestión. Al ir a cambiar de posición en la fotografía para tomar el piolet noté un fuerte dolor en mi tobillo derecho. No había duda que algo había pasado dentro pero me permitió bajar sin mucho dolor y sin alertar al grupo, con la sola indicación a Asier de que algo no iba bien.
Al llegar a la oficina y retirar el calzado no tuve muchas dudas del diagnóstico: ROTURA DEL TENDÓN DE AQUILES DE MI PIERNA DERECHA. Asier tampoco lo tuvo, así que la cosa parecía clara.
Le explicamos a la guía lo que pasaba pero, parece que nadie era capaz de ponerse en situación a pesar de que contamos nuestra condición de galenos… como sí nada. Asier (por su más fluido inglés) contó la historia hasta cuatro veces a cuatro personas distintas con santa paciencia.
Lo que nos quedó claro es que allí no había médico, sólo una enfermera y a 20 minutos en coche. El hospital más cercano a 2 horas y media, en dirección opuesta a la de la enfermera y además era un comarcal, sin especialistas.
Otra cuestión era que ellos no se hacían cargo del asunto porque su seguro no cubría eso,yo tenía un dolor antes de subir y además habíamos firmado una cláusula de quién sabe qué. No discutimos mucho, había que buscar una solución práctica y decidimos llegar a un hospital con traumatólogo a pesar de que tuviéramos casi 480 km y 5 horas de viaje.
Asier cogió el volante. Era evidente que yo no podía ayudarle más allá de la conversación y acercarle unos frutos secos y agua porque apenas habíamos comido. Lo mejor es que apenas sentía dolor. Intentando ganar kilómetros con luz atravesamos la isla de oeste a este para llegar a Christchurch y al final el intrépido Asier lo consiguió en 4 horas y cuarto. ¡Bien!.

Las urgencias no tenían mucha afluencia. Nueva oportunidad para explicar lo ocurrido: al enfermero del triaje, a la administrativa, a otra enfermera, al médico de urgencias y finalmente al traumatólogo.
Experimenté la debilidad del extranjero que llega a un sistema sanitario. Miedo a que te entiendan, sobre todo con mi poco inglés. Miedo a qué remedio te aplicarán y sí estará de acuerdo con la medicina que nosotros conocemos. Miedo a la factura o a la pelea con el seguro, alguien nos dijo que el que te viera un médico son 400$, puff!. Además del miedo a cómo replantear el viaje y lo que venga. Sarcasmos de la vida, miedos sobre los que he reflexionado en diferentes foros y que he visto desde el otro lado.
Sólo cuando pudimos hablar con el traumatólogo parece que por fin nos sentimos entendidos. La propuesta fue no operar, hacer tratamiento inmovilizador y esperar la cicatrización. Nos explicó que los resultados son similares y en mis circunstancias de largo viaje de vuelta parecían a todas luces más recomendable. Así que salí de allí con una férula sin posibilidad de apoyar el pie en el suelo y con una cita para el día siguiente para poner una escayola completa.
Además nos informó de que los accidentes en Nueva Zelanda están cubiertos por la atención sanitaria y no era necesario realizar ningún pago.
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A las 12 de la noche salimos de urgencias dispuestos a dormir en nuestro coche en las inmediaciones del hospital. Hay que decir que me ofrecieron camilla para dormir dentro pero preferí acompañar a Asier en nuestro sitio y porque como en casa uno no duerme en ningún sitio.

Por la mañana, con la legaña puesta y sin desayunar, de nuevo a urgencias de traumatología.
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Una enfermera muy sonriente me ofreció con qué elemento decorativo quería ponerme la inmovilización de fibra de vidrio y aquí podéis ver el resultado.

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El traumatólogo me aclaró el siguiente paso: 2 semanas sin apoyar mi pie derecho en este país para volver a consulta antes de volar a Europa.

Lo siguiente, sentarnos a pensar qué hacer, recomponer el viaje y adquirir un artilugio que juntó a las muletas que me han dado en el hospital pueden hacerme la vida más fácil. Una enfermera nos puso en contacto con el lugar que lo alquilan y lo conseguimos.

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También hay que contar que al entrar por la puerta de urgencias una chica nos dijo «¿españoles?» (una madrileña residente aquí) y a pesar de su propia enfermedad y de acabarnos de conocer nos ofreció casa, ducha o lo que hiciera falta. Intercambiamos el número de teléfono y hemos guasapeado dándonos unas cuantas informaciones de qué rutas tomar. Un encanto y una suerte de encuentro que pone en valor al ser humano. Gracias Yuri.

Con todos estos avatares hemos seguido camino hacia la zona del Monte Cook, ahora pasando la noche en un camping junto al lago Tekapo con unas vistas espectaculares.

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Me voy adaptando física y psicológicamente aunque mi cabeza no es capaz de hacerlo tan rápido como me gustaría. Todo movimiento es un mundo o mejor, todo movimiento parece un mundo pero con la ayuda y el ánimo de Asier creo que podré con ello.
Tengo oportunidad de aprender algo pero, todavía no se qué ni cómo. Abierto a la expectativa os mantendré al corriente.

Y hoy sí, un abrazo grande para todos.

TURISMO DE LLUVIA Y FRÍO DE TAUPO A WELLINGTON

Pasado el lago Taupo y despedidos nuestros amigos disfrazados nos disponemos a adentrarnos a una de las zonas más altas de la isla, al parque nacional de Tongariro. Cuentan que es un paisaje de desierto alpino horadado por tres volcanes con cráteres inundados por lagunas con unas vistas espectaculares realizando la Tongariro Alpine Crossing. Una de los mejores treking de un día por parajes naturales que existen en el mundo.
Con esa expectativa íbamos. Veíamos que cuando más nos acercábamos más se nublaba y más se ocultaban las cumbres…
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La recomendación del área de información fue clara: nadie recomendaba hacer el treking por la previsión de lluvia, nieve y niebla. ¿Otras posibilidades? si, otras rutas más cortas pero, todas bajo la lluvia y con la amenaza de no contemplar. Todo nuestro gozo en un pozo.

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Al día siguiente vimos mínimas en la zona de hasta 4 grados bajo cero y a pesar de que tomamos carretera hacia el sur no conseguimos librarnos de la lluvia. Los pueblos parecían fantasmas donde como mucho podías ver a alguien tras los cristales. Paisajes de un verde espectacular (que sólo se puede conseguir con días de lluvia como aquel, claro) salpicados por ovejas impasibles y hasta algunas llamas que parecían estar puestas para saludar a los turistas.
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También visitamos pequeñas ciudades ordenadas y cuidadas como Whanganui. Eso sí, difícilmente paseable por la incesante lluvia. Visita a algunas tiendas de artesanía a precios desorbitados como se acostumbra en este país. Y frugal almuerzo en un pequeño restaurante donde me sirvieron unos huevos a la benedictina que nunca había probado por lo que me parecieron los mejores del mundo.
Nos dio hasta para encontrarnos una cartera con algo de dinero y muchas tarjetas que entregamos a un amable policía local que nos agradeció el gesto.

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Sólo quedaba seguir avanzando al sur con el ánimo de escapar de la lluvia. Escapar hacia la capital del país, hacia Wellington. Situada en una enorme bahía en el punto más cercano a la vecina isla sur.

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Sí, Wellington nos recibió con cielo despejado y sol en el frío atardecer.
Es una ciudad moderna con una estética cuidada donde se mezcla con armonía lo antiguo y lo moderno. Con una zona céntrica donde se cuida al peatón y al ciclista. Impregnada de oficinas, restaurantes y locales comerciales que, como estamos tan lejos de Europa, no se identifican muchas cadenas conocidas y eso la hace más amable.
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Con un gigantesco museo de esos donde todo se puede tocar y probar, donde los niños y niñas campan a sus anchas. Me pareció muy alegórico que los pequeños se introduzcan y jueguen dentro de un corazón.

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Con un funicular que permite subir hasta lo alto de un inmenso jardín botánico por el que descendimos en amena conversación hasta un cementerio que se integra con las especies naturales.
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En Wellington vive gente moderna y con cierto toque de locura. Su vestimenta despista hasta el punto de no saber si el frío que uno siente es un problema personal o una realidad. De la misma manera van juntos uno con gorro y bufanda junto a otro en tirantes o bermudas. Algunos toman un refresco tumbados en la hierba mientras yo agradezco un café calentito. Por cierto, el café es excelente aunque igual de caro que todo.
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Los neozelandeses presumen de tener buena integración con los Maorís y supongo que será así pero, las ciudades, que lo desvelan todo, ponen en evidencia esa afirmación. Sus ropas y sus cuerpos engordados hablan de marginación, de miseria y de desigualdad. Quizás sea una apreciación muy subjetiva y con cierta superficialidad.

Wellington es una ciudad abierta al mundo como presenta una bonita escultura del muelle.

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Con Wellington termina nuestra ruta de 1.100 km. por la isla norte. Volveremos pero, ahora queda aventurarnos al sur… que también existe.