El siguiente destino era calificado como uno de los «destino estrella» en nuestra ruta de viaje. Además conservábamos la esperanza de poder realizarlo aún con un tendón de Aquiles menos así que, las expectativas eran muchas. Poder navegar en las aguas de un fiordo neozelandés y pasar noche en el barco se acercaba a nuestros planes.
Sólo tuvimos que preguntar en un único lugar. La amable recepcionista de nuestro camping en Queenstown nos lo puso todo tan fácil y nos aconsejó con tanto convencimiento que no hubo que dar más vueltas. Lo concertado fue una visita al fiordo de Doubtful Sound tres veces más largo y diez veces más grande que el de Milford Sound que suele ser más turístico y de mucho más difícil acceso. Todo ventajas excepto el precio. Este obstáculo no amedrentó a nuestra profesional que rápidamente nos encontró una oferta para el día siguiente que equiparaba el precio con el de el otro crucero. Contentos y dispuestos cerramos el trato para iniciar nuestra aventura marina.
Una vez más la evidencia de que cualquier trabajo si se realiza con entrega y con pasión puede ayudar mucho a los demás.
Madrugamos para acercarnos a Manapouri un pequeño pueblo de la costa desde donde partimos. La mañana estaba fría y tristona. Pocos turistas y poco animados. Preparamos las mochilas para el día, despedimos a nuestra furgoneta-casa-caravana, nos aprovisionamos con muletas y carrito y pusimos destino al muelle.
Parecía que todo se ponía en contra de Asier. Había leído hacía días que en algunos lugares de la isla abundaban pequeñas moscas que se enseñaban con los turistas… y este fue el momento en que nos encontraron. Con sus antecedentes de picotazos en cualquier sitio que hay insectos, se dedicó a la caza y a la huída. Tengo que decir que yo no fui atravesado ni una sola vez mientras el sufría varios picotazos en las manos. ¡Pobre!. La segunda fue cuando su móvil voló pareciendo tomar vida y fue salvado al vuelo entre su mano y una piedra. Salvado sólo parcialmente:
El viaje se realiza en tres tramos: un pequeño recorrido en un especie de lancha, cuarenta y cinco minutos de autobús y el resto del tiempo en barco en toda regla.
Durante la primera parte del viaje comenzaron las relaciones. Patricia y Jose una pareja de canarios (de Lanzarote) que, con discreción y con amabilidad se acercaron a interesarse por mi pierna escayolada. Y Yannik un jovencito alemán que viajaba sólo y que era evidente que buscaba cómo relacionarse; no lo pudo hacer de mejor manera que brindandose a colaborar en mi ayuda para todo. Así, poco a poco, fue estableciéndose el grupo.
El autobús discurría por un lugar de naturaleza exuberante. Densos bosques y atronadoras cascadas en un ambiente de fina lluvia.
Una vez en el barco ocupamos un espacio los cinco, escuchamos las instrucciones y nos asignaron alojamiento. Lo contratado era un estrecho camarote con dos literas pero dada mi condición de discapacitado nos ofrecieron un camarote privado con una cama supergrande (lo que sobre el papel hemos visto que duplicaba el precio de la excursión)… ¡Otra de las ventajas adicionales del accidente!
La tarde discurrió entre la cubierta y comedor. Espectaculares vistas de un lugar que no podría comparar con nada conocido. Era como si no supieran dónde termina el monte y dónde empieza el mar, como si se acariciarán uno a otro.
La lluvia fue remitiendo y el sol apareció tímidamente para regalarnos un estupendo arco iris
Y así se fueron estableciendo relaciones…
Todavía hubo tiempo para que mis intrépidos compañeros fueran a surcar uno de los fiordos en kayak y fruto de la exaltación de la amistad y el momento se decidieran a lanzarse a una gélida agua a 10 grados de temperatura. Yo aproveché para disfrutar de la lectura y para fotografiar a los atrevidos bañistas.
Nos sirvieron una cena estupenda. Bien cocinada y bien servida por una tripulación magnífica. Guardó un recuerdo excelente de la velada en alegre conversación con Patricia, José, Yannik y Asier. Bromas, risas, juego de cartas y cervezas. Un lujo.
Por la mañana de nuevo a la mesa y después a cubierta en un día que poco a poco iba clareando con cielo azul.
Todavía con dos regalos más.
El primero, un momento mágico guiado por la bióloga que nos iba dando cuenta de todo lo que nos rodeaba. Simplemente pidió silencio, pararon los motores del barco y pudimos degustar del lugar en su máxima expresión. Todavía me emociona recordarlo. Fue largo y término con una frase que quedo grabada en mi memoria «esto es alimento para el alma». Sin duda.
El segundo, una colección de delfines que quiso jugar con la proa de nuestro barco poniéndose al frente y haciendo piruetas sin parar. Un gusto poder contemplarlos de tan cerca con esa alegría que parece contagiarse.
Un final que no pudo tener más lujo..
La compañía con lo que lo hicimos fue Real Journeys. Excelentes, profesionales, atentos… totalmente recomendables.
Nos costo despedirnos después de los buenos momentos pasados. Aún hicimos un trocito del trayecto por tierra juntos.
Gracias a nuestros amigos canarios, Patricia y Jose, y al alemán, Yannik, por hacernos la visita tan especial a un lugar tan espectacular. No es fácil encontrar tanta conexión en los viajes.